En realidad no es un
oficio propiamente dicho. Era una actividad, entre muchas, de empleados (antes
funcionarios) de Correos.
Breve apunte histórico: Correos como tal parece documentado
desde hace unos 300 años. La comunicación
escrita hace más, claro. Pero como servicio más o menos estrructurado empezó a
principios del siglo XVIII, con la figura del Correo Mayor. Una suerte de
concesión para transportar misivas que incorporaba la posibilidad de recaudar
algún cuarto por este servicio. Eran tiempos de lo que se denominaba antiguo
régimen. Concesiones reales. Transporte a caballo o en carruajes. El salto que
nos acerca a la actualidad se produjo a mitades del S. XIX con el liberalismo,
la revolución industrial y la aparición del ferrocarril.
Así aparece la figura
del ambulante de correos. En realidad Oficina Ambulante de Correos. El mayor
espacio físico que proporcionaba un vagón, también hizo que los servicios de
correos ampliaran su oferta a paquetería de pequeñas dimensiones. El pago del
precio por el servicio, también mejoró con la aparición del sello (en España,
1850)
S. XX. Postguerras.
Llegó a haber centenares de Oficinas Ambulantes. Desde las de grandes líneas de
ferrocarril a las más modestas. En los cuarenta, se creó RENFE que agrupó a las
diversas compañías ferroviarias existentes de ancho de vía estándar (verbi
gracia la MZA –Madrid Zaragoza Alicante- que era probablemente la elite en los
albores de siglo, o la del Norte que dominaba el tercio nororiental de la península)
Quedaron fuera los ferrocarriles de vía estrecha. La estructura ferroviaria quedó estructurada
en forma de estrella. Punto central Madrid. De allí partían las grandes líneas.
Esta estructura determinó también la del correo. Desde Madrid hasta Barcelona,
Irún, La Coruña-Vigo, Badajoz, Sevilla-Cádiz, Albacete, Valencia....A partir de
esta estrella se abrían redes secundarias y terciarias que configuraban una
auténtica tela de araña. En función del punto de destino, el viaje era directo
o había que hacer transbordo o transbordos. Lo mismo para el correo. Una carta
de Madrid a Bellpuig o Tremp, recalaba en Lleida i otro tren con ambulante la
situaba en destino. A partir de esta configuración, las poblaciones sin
ferrocarril eran servidas por los autobuses de línea de viajeros.
De modo que las
Oficinas Ambulantes de Correos, tenían categorías, mayor o menor importancia según el tipo de
línea ferroviaria. Dentro de las grandes, destacaban los Trenes Postales. Convoyes
que únicamente transportaban correspondencia, valores, paquetería e impresos
(publicidad, libros…) del servicio de Correos. Estas Oficinas Ambulantes,
estaban atendidas por varios empleados. Los tiempos del recorrido eran largos
-entre 18 y 20 horas- debido a las largas paradas para la carga y descarga en las
numerosas estaciones del recorrido. No exagero si digo que los viajes en estas
expediciones constituían pequeñas aventuras. Interviene también el hecho de ser
casi siempre trayectos nocturnos. El anecdotario es amplio, pero destacaría los
asaltos a la búsqueda de valores. Yo recuerdo varios en los años 70-80. Alguno parecido al famoso asalto al tren de
Glasgow, que dio origen a una conocida película. Las inclemencias del tiempo y
los accidentes eran también parte del aspecto aventurero de este servicio. Recuerdo
que en una ocasión, en invierno, de madrugada en Lleida una expedición de
regreso a Madrid, circulaba sin calefacción. Atendiendo a las súplicas de los
compañeros ambulantes, tuvimos que proporcionarles unas botellas de brandy para
que no perecieran de frio en los llanos de Guadalajara.
Las tareas en la
Oficina Ambulante se realizaban en un vagón preparado al efecto. Una auténtica
oficina postal con sus casilleros, sacas, mesas, etc. También disponían de lo
necesario para pasar muchas horas. Aseo, literas y en los de última generación,
ducha. De hecho estos vagones eran propiedad de Correos. Incorporaban un buzón
de manera que se podía, en las paradas, depositar una carta ordinaria o urgente –eso
sí convenientemente franqueada- que era matasellada, clasificada y transportada
a su destino. Los grandes expresos de
viajeros (en general también configurados en forma radial) también incorporaban Ambulante. En este caso
los tiempos eran mucho más reducidos debido a que el objeto del tren era el
transporte de personas. Las paradas eran muy cortas y sólo se intercambiaba
correspondencia ordinaria, urgente, certificada y valores. Los ambulantes de
estas grandes líneas –la mayoría partían de Madrid- pasaban varios días fuera
de casa. Recuerdo que sus pertrechos eran numerosos y acostumbraban a llevarlos
en baúles.
Pero además había
Oficinas Ambulantes en la red secundaria y terciaria. Por poner un ejemplo
cercano, desde Lleida salían Ambulantes a Zaragoza, Barcelona, Tarragona y La
Pobla de Segur. Acostumbraban a ir en pequeñas unidades de viajeros, eléctricas
o de fuel. El Ambulante con el correo, tenía reservado un espacio exclusivo no
muy amplio, pero que permitía preservar la necesaria inviolabilidad de la
correspondencia, manteniéndola fuera del alcance de los viajeros. Habitualmente
anexo a la cabina del maquinista. Esta categoría de Oficinas Ambulantes, quizás
no tuviera la dosis de aventura que los de las grandes líneas pero, puedo
certificar, el variado anecdotario que podríamos encontrar. A destacar el estrecho
contacto con el personal ferroviario, tanto maquinistas como revisores. Se
imponía la buena relación. En más de una ocasión unos ayudaban a otros. En
alguna pequeña avería de la unidad en medio del trayecto, la intervención del
Ambulante aportando algún elemento (cuerda, saca…) permitía al maquinista hacer
un apaño y llegar a la estación más cercana o al final del trayecto para allí
recibir la solución definitiva. Por lo tanto yo subrayaría el componente humano
en estos servicios. También las poblaciones a las que servía la correspondencia
eran más pequeñas y el contacto con los empleados que salían a hacer el
intercambio era mucho más cercano. Otra dimensión.
En determinadas zonas,
sin infraestructura ferroviaria, como en las islas o zonas turísticas
diseminadas hubo también Ambulantes por carretera, pero no tuvieron, sin duda,
el componente aventurero y hasta misterioso del ferrocarril. A finales del S.
XX Correos decidió cambiar su sistema logístico básico apostando por el
transporte terrestre, a base de vehículos con cargas predestinadas. Sin trabajo
en ruta. El último Ambulante por ferrocarril circuló en 1993.
Este es, pues, un
pequeño y humilde esbozo de lo que fueron las Oficinas Ambulantes de Correos, o
mejor dicho, de sus empleados: los Ambulantes de Correos.
Publicat a la Revista PLEC núm 17 - setembre 2017